El desplome del valor del bitcoin, la criptomoneda insignia, pasó de su máximo histórico de 68,000 dólares (noviembre 2021) a 27,000 dólares, ocasionando que haya perdido más de la mitad de su valor, ha abierto el debate entre especialistas para hablar del criptoinvierno, es decir, en un momento de baja sostenida en el precio de las monedas digitales o de que hemos presenciado un Lehman Brothers en el criptomercado.
Algunos especialistas argumentan que lo peor ha pasado; otros no son tan optimistas. Lo cierto es que las criptomonedas son un activo de alto riesgo, el cual, así como ofrece altos rendimientos, también puede presentar periodos de grandes pérdidas, ya que su valor está condicionado por la percepción y confianza de los inversionistas. Desafortunadamente, este 2022 es un año que tiene todos los ingredientes que minan cualquier confianza y expectativa positiva.
Alta inflación, bajo crecimiento económico y falta de certidumbre en lo que pudiera suceder en la economía en lo que queda del año, han generado un escenario propicio para la incertidumbre, incentivando a los inversionistas a buscar activos de refugio, como los bonos del Tesoro o el dólar. Si bien no hay señales de que este “cripto crash” haya afectado a la economía real, este suceso debe de llevar a la reflexión y debate sobre las promesas y expectativas que generan las criptomonedas.
Las criptomonedas son activos digitales que usan un cifrado criptográfico para garantizar su titularidad y asegurar la integridad de las transacciones. No tienen la consideración de medio de pago, no cuentan con el respaldo de un banco central u otras autoridades públicas y no están cubiertas por mecanismos de protección al cliente. Es decir, no cuentan con ningún respaldo más que la fe y confianza de que las criptomonedas jueguen un papel relevante en la economía del futuro. Y es aquí donde tenemos que reflexionar.
Lamentablemente, muchas personas caen ante el canto de las sirenas, hasta los visionarios. Ejemplo de esto Nayib Bukele, presidente de El Salvador, quien consideró una excelente idea para la economía del país adoptar el bitcoin como segunda moneda nacional. Dentro de su lógica visionaria, esta medida lograría la digitalización de la economía, la disminución de la dependencia del dólar, la reducción de las tasas de remesas (las cuales representan 20% del PIB salvadoreño) y, sobre todo, ser testigo y ejemplo del poder transformador del bitcoin a escala nacional. Sin embargo, el desplome del bitcoin ha dejado en una peor situación las perspectivas económicas del país.