Causó un gran revuelo en las redes sociales —el espacio no solo para los debates académicos sino que sirve de “papelera” para muchos dislates— el criterio de que el gagá es dominicano, a propósito de la puesta en circulación del libro “El Gagá, religión y sociedad de un culto dominicano” en el que la antropóloga haitiana-norteamericana June Rosenberg, quien murió en el año 2002, asevera que ese ritual es dominicano.
Se trata de un libro de 310 páginas que se publicó en 1979 pero de muy reducida trascendencia, reeditado por la Comisión Nacional Dominicana para la Unesco, la Comisión Dominicana para la Ruta del Esclavo y la fundación que lleva el nombre de la investigadora que escribió la obra.
Para los sustentadores de esa opinión, quienes tenemos una visión diferente somos discriminadores, excluyentes y prejuiciados. Pero veamos la otra cara de la moneda en torno a este interesante debate, que se produce en una sociedad abierta, plural y democrática que por el hecho mismo de que se realice en los mejores términos es una reafirmación de que el nuestro es un país al que debemos cuidar. Con esta confrontación de pareceres no se pierde tiempo, como algunos entienden.
¿Qué es el vudú? ¿Es lo mismo gagá que vudú? ¿Hay otras manifestaciones parecidas al gagá o es la única que se conserva?
Para dar respuesta a todas las interrogantes que surgen en torno a este debate, tenemos que remontarnos al tráfico despiadado de aproximadamente 12 millones de mano de obra africana hacia el Caribe y otras regiones americanas. El trasiego de esclavos representó un gran negocio para unas siete potencias de esa época: Portugal, Gran Bretaña, España, Francia, Holanda, las Trece Colonias (lo que iba a ser Estados Unidos) y Dinamarca.
Aquel trasiego de personas se producía en condiciones inhumanas desde la desembocadura del río Senegal, pues se recuerda que ya en 1659 Francia había creado en isla Saint Louis la colonia más antigua de África Occidental hasta el siglo XX, además de que esa potencia colonial comenzó a tener posesión de la parte oeste de la isla de Santo Domingo antes de que se produjera la firma del Tratado de Ryswick. Pues desde aquella zona senegalesa situada a los pies de la desembocadura del río del mismo nombre hasta la costa de Angola, los negreros llenaban sus barcos de hombres y mujeres forzados a subir para ser traídos por la fuerza a Saint Domingue.
La crueldad, como eje cardinal, se iniciaba con una larga travesía con senegaleses, yolofés, fulbés, bambarras, mandingas, cangas, aradas, caplaus, congos, mondongos, fula, bambara y una retahíla de tribus con una enorme diferencia entre ellos que la que componía a sus amos y verdugos. Millares de ellos morían en la travesía mientras otros se descompensaban y eran echados por la borda. Estudiosos sostienen que la mayoría fue forzada a embarcarse del Golfo de Benin, que se conoce como “La costa de los esclavos”.
Debe recordarse que los esclavos africanos obligados a venir en 1502 a la parte oriental española cuando el trabajo forzoso hizo desaparecer la población indígena fue insignificante comparado con aquellos traídos a la parte occidental y otros destinos de Las Américas como Brasil, Cuba, Jamaica. El negocio más próspero para Francia fue la explotación de los cultivos en Saint Domingue, que llegó a ser el abastecedor número uno de muchísimos productos, para lo cual era necesario que los esclavos trabajaran más de 18 horas para convertir la colonia en la “Perla del Caribe”.
De acuerdo con las rigurosas investigaciones levantadas por Johanna von Grafenstein, publicadas en dos tomos “Haití l y ll”, se establece que los grandes embarques de esclavos se produjeron a partir de 1692 luego de la firma de Ryswick.
Esos estudios, editados en 1988 por el Instituto de Investigaciones José María Luis Mora, de San Juan, Puerto Rico, refieren que en 1701 había más de 10 mil esclavos, pero que para 1786 Saint Domingue recibió 26 mil negros y al año siguiente más de 40 mil.
Como es natural, todos esos miembros de distintas tribus africanas llegaron forzados y con ellos sus costumbres, religiones, formas de comunicación, pero sin sueños, solo cargados de dolor. Entre las tradiciones que llegaron con ellos está el vudú, una religión popular basada en culto a los antepasados, y la creencia del poder de los loas sobre las fuerzas de la naturaleza. Con el vudú se fueron desarrollando distintos dialectos como forma de aquellos esclavos de comunicarse y de resistencia a los atropellos cometidos por los amos blancos. Fue un refugio para su amarga realidad.
Dahomey y Nigeria son dos puntos esenciales de los cuales partió este genocidio humano. De estas dos regiones se establece el origen del término vudú, que significa un dios, un espíritu o su imagen. La historia de esta religión se inicia en Haití en la segunda mitad del siglo XVll, fecha en la que comienza el auge de la industria azucarera en esa colonia. De acuerdo con la lista de tribus africanas traída a la isla, el autor Moreau de Saint-Mery admite que es muy difícil que del centro de África se trajeran esclavos. Distintos autores de la realidad de los descendientes africanos coinciden en que el vudú “no es una amalgama de prácticas rituales tomadas de todas las regiones del África negra.
Las tesis de los antropólogos, etnólogos e historiadores aducen que el vudú como culto religioso es de origen dahomeyano (de la tribu Dahomey), mezclado con aportes yorubas. Esa expresión religiosa viene acompañada de rituales que se escenificaban en las plantaciones como el gagá, por solo citar uno.
Su creencia es politeísta, varios dioses dominan su mundo espiritual. Esa tradición religiosa luchó contra la religión de las colonias, tanto francesa como española. Aquellas reminiscencias de ritos y creencias tienen sus propias características y nada que ver con las de los colonos.
Haití produjo dos grandes figuras históricas que prefiguran la libertad de los esclavos: Tousaint Louverture y Jean Jacques Dessalines, ambos que aunque salidos de la esclavitud adjuraron del vudú porque eran católicos, a su manera.
¿Qué tiene que ver todo esto con la cultura, la religión, los hábitos, los bailes, el merengue, la mangulina, el carabiné y el perico ripiao con la cultura haitiana? Poca cosa. Una no es mejor que la otra, pero son dos Estados distintos, con raíces separadas, aunque hermanados por la historia. (Listín Diario)